miércoles, septiembre 05, 2012

Un apunte sobre Dickens, las matemáticas y el cine



Los conflictos educacionales, unidos al reflejo −tan vívido como pesimista− de la opresión padecida por la clase proletaria frente a la hegemonía del patronazgo en los albores de la primera revolución industrial, así como a la enraizada indefensión de los individuos socialmente más desfavorecidos frente al poderoso orden dirigente, constituyen uno de los intereses esenciales que recorren, en toda su imprescindible vastedad −sembrada de fábricas humeantes que se recortan al amanecer contra el cielo de una pequeña villa inglesa, de elocuentes retratos de familia de la época victoriana, crueles internados, hospicios insalubres gobernados con despótica actitud y de abrumadores muestrarios de corruptelas que encuentran fácil acomodo en la alta sociedad, así como de un sinfín de penurias al hilo de unos tiempos de industrialización, miseria, esclavitud, latrocinio y de prisión−, la prolija obra literaria de Charles Dickens (Portsmouth, 1812 − Londres, 1870). Tanto es así que uno de los personajes más reconocidos del autor, el insigne (en su impostura) caballero Thomas Gradgrind de Tiempos difíciles (novela publicada originalmente en 1854), personifica el rigor del ejercicio científico en lo que se refiere a las pautas sociales de distinción por las que se ha de regir su pensamiento, su modelo de conducta, su forma de vida y, por encima de todo, el adoctrinamiento al que habrá de someter, en la escuela modelo de la que es propietario, a sus discípulos y convecinos de Coketown:

Thomas Gradgrind, señor mío. Un hombre de realidades. Un hombre de hechos y de cálculos. Un hombre que se rige por el principio de que dos y dos son cuatro, y nada más, y al que no hay manera de convencer para que vaya más allá. Thomas Gradgrind, para servirle, Thomas en breve, Thomas Gradgrind. Con una regla y un peso, y la tabla de multiplicar siempre en el bolsillo, señor mío, listo para pesar y medir cualquier parcela de la naturaleza humana, y de decirle exactamente hasta dónde llega. Es una simple cuestión de cifras, un caso de pura aritmética.

Un modelo de instrucción, como puede comprobarse, cimentado sobre una rígida objetividad de los planteamientos didácticos a emplear, sujeto en gran medida al siguiente leitmotiv de corte eminentemente clasista y alienante: No usar nunca la imaginación. De algún modo, mediante sumas, restas, multiplicaciones y divisiones es posible resolverlo todo sin imaginar nunca. Un estricto modelo de transmisión y fijación de los conocimientos −a la vez que de anulación de las capacidades, las pasiones, la sensibilidad y los afectos humanos− en cuya metodología docente lo que debe imperar son, como reclama a voz en cuello la jactanciosa palabra del protagonista, los ¡hechos, hechos, hechos!:

Has de guiarte y dejarte gobernar en todas las cosas −dijo el caballero− por los hechos. Esperamos contar, antes de que pase mucho tiempo, con un consejo de hechos, compuesto por comisarios de hechos, que forzarán a la gente a ser personas de hechos y de nada más que hechos. Tienes que desterrar por completo la palabra imaginación. No has de tener nada que ver con ella. No habrás de tener, en ningún objeto de uso ni en ningún adorno, nada que esté en contradicción con los hechos […] Habrás de usar −siguió el caballero− para todas esas finalidades, combinaciones y modificaciones (en colores primarios) de figuras matemáticas que son susceptibles de prueba y demostración. Ése es el nuevo descubrimiento. Eso son hechos. Eso es buen gusto.

Pues, ¿cuál es el motivo de la ciencia si no el análisis exhaustivo de los hechos? Lo apunta Spencer Tracy en uno de los diálogos de Sin amor (Without love, Harold S. Bucquet, 1945) la comedia en que este se afana en diseñar una mascarilla de oxígeno que permita a un piloto volar a gran altura cuando presenta sus credenciales ante Katherine Hepburn: Yo soy lo que se llama un científico: me interesan las cosas, la razón de las cosas; los hechos. Sin embargo, al amparo de tan severo modelo académico únicamente cabía esperar que germinasen seres profundamente asociales y deshumanizados, apartados del común lenguaje de las emociones del corazón:

Para poder advertirlo [un momento de vacilación], sin embargo, habría hecho falta superar de un salto las barreras artificiales que había levantado durante muchos años entre él y todas aquellas sutiles esencias de humanidad que seguirán esquivando las mayores astucias del álgebra hasta que resuenen las últimas trompetas para acabar incluso con el álgebra

Dickens, que ya había intuido en tal diferenciación de la conducta las bases del sistema capitalista moderno, incide elegantemente en este método expositivo en relación con algunos de los personajes que pueblan el paisaje dramático de Grandes esperanzas (Great expectations, penúltima novela del autor fechada en los años 1860 y 1861):

No juzgue nada por las apariencias, sino por las pruebas. No hay mejor regla […] Comprenderá usted, Pip, con cuánta exactitud me he atenido, en mis comunicaciones con usted, a los hechos estrictos. Nunca me he separado lo más mínimo de la estricta línea de los hechos. ¿Está persuadido de ello?

Esta pieza literaria ha sido trasladada al cine en repetidas ocasiones, destacando de entre todas la adaptación de 1934 llevada a cabo por Stuart Walker, junto con la espléndida Cadenas rotas (Great expectations, 1946) dirigida por David Lean y la más reciente Grandes esperanzas (Great expectations, 1998) de Alfonso Cuarón. Asimismo han despuntado las dramatizaciones de Oliver Twist realizadas por David Lean (1948), Carol Reed (adaptación musical de 1968) y Roman Polanski (2005), tal como las brillantes versiones cinematográficas de Nicholas Nickleby y de David Copperfield dirigidas por Alberto Cavalcanti en 1947 y por George Cukor en 1935, respectivamente, en las que los aspectos educativos antes aludidos vuelven a cobrar especial relevancia en el progreso de la trama. Merece igualmente un alto en el camino su Historia de dos ciudades (publicada por vez primera en 1859), que no son otras que Londres y París −epítomes del orden y el caos de los tiempos imperantes en la novela, respectivamente− ante el inminente advenimiento de la Revolución Francesa. Las matemáticas salen aquí a relucir también en un contexto ampliamente más violento que el anterior, propio del ambiente de rebelión civil que azotaba, a finales del siglo XVIII, la geografía del país vecino:

En el radio de un centenar de millas y a la luz de otras hogueras hubo aquella noche y otras noches otros funcionarios menos afortunados, a quienes el sol naciente encontró colgados en las calles, antes apacibles, en que habían nacido y vivido; y también hubo otros pueblos y aldeanos menos afortunados que el peón caminero y sus amigos, pues perecieron a manos de los soldados. Pero los cuatro terribles personajes recorrían rápidamente la comarca, hacia los cuatro puntos cardinales y por donde pasaban dejaban un rastro de llamas. Y no había funcionario capaz de calcular, gracias a las matemáticas, la altura de los patíbulos necesarios para apagar aquel incendio.

Esta novela −como las anteriores− cuenta también con significativas adaptaciones cinematográficas, entre las que conviene destacar la firmada por Jack Conway en 1935 y la posterior revisión llevada a cabo por Ralph Thomas en 1958 y protagonizada por Dirk Bogarde. No obstante, la influencia de Dickens sobre el desarrollo futuro del séptimo arte trascendería con creces la mera adaptación de su obra a la pantalla de plata (¡más de 325 películas desde 1897 se han inspirado en sus trabajos literarios!1) y apuntaría a la mismísima línea de flotación del lenguaje cinematográfico en su arduo proceso de construcción y consolidación desde los orígenes del medio −cuando los dirigentes de la Biograph2 mostraron su sorpresa, y quizá su relativa alarma, ante las innovaciones que Griffith introducía en la forma de contar historias en el cine, el realizador arguyó en su defensa que no hacía sino proceder exactamente como Dickens, sólo que sirviéndose de imágenes−.3 Tanto es así que, en el famoso ensayo de 1944 titulado Dickens, Griffith y el film de hoy4, el teórico y realizador soviético Sergei M. Eisenstein hace notar lo siguiente:

El papel de Griffith en la evolución del sistema de montaje soviético fue tan enorme como lo había sido el de Dickens en la creación de los métodos de Griffith... Pareciera que Dickens ha guiado las líneas de estilo de Griffith […] Dejemos que Dickens y toda la formación antecesora, que desciende de los griegos y de Shakespeare, nos recuerde que Griffith y nuestro cine no tienen su origen únicamente en Edison y sus compañeros de invención, sino que se basan en un pasado de enorme cultura.

Ya en 1922, al cabo de una entrevista concedida por el realizador norteamericano al crítico Arthur B. Walkley para el diario londinense The Times, se puede leer lo siguiente acerca de la idea de acción paralela sobre la que comenzó a tomar forma el concepto de montaje cinematográfico:

Sus mejores ideas, según parece, proceden de Dickens, que había sido su autor favorito desde siempre... Dickens inspiraba una idea a Mr. Griffith que terminaba por horrorizar a sus empleadores (meros hombres de negocios”); sin embargo, tal como cuenta Mr. Griffith, “yo me iba a casa, releía una de las novelas de Dickens, y volvía al día siguiente para decirles que podían bien utilizar mi idea, bien olvidarse de mí” […] Newton dedujo la ley de la gravitación a partir de la caída de una manzana; pero una pera o una ciruela también habrían surtido el mismo efecto. La idea es sencillamente la de una ruptura en la narrativa, un desplazamiento de la historia de un grupo a otro de personajes.

Volviendo a Tiempos difíciles, que también gozara de una versión cinematográfica (muda) en 1915 dirigida por el realizador británico Thomas Bentley, es digna de mención −al menos desde la perspectiva científica que aquí nos incumbe− la aparición en la novela de los nombres de Euclides, célebre por sus Elementos, y del matemático inglés Edward Cocker (1631-1676), reconocido por su tratado de Aritmética comercial publicado póstumamente un año después de su desaparición. Ahora que acabamos de celebrar el bicentenario del nacimiento de nuestro protagonista −y que dos siglos no es nada si aceptamos añadir un insignificante cero al número de años que hermosea la vuelta del cantautor en el célebre tango de Gardel−, es un “hecho” que vuelva a resonar la cálida voz literaria de Dickens por el mundo entero, y que alguno de los más grandes especialistas en su obra, tal es Adrian Wootton, consigan cautivar a las audiencias con datos tan ilustradores como los siguientes:5

La obra de Dickens se prestó a la adaptación fílmica gracias a la forma en que éste construía sus historias, a la extraordinaria creación dramática de sus más célebres personajes y al modo en que su brillantez descriptiva daba lugar a escenas que eran peculiarmente cinemáticas, casi diría como guiones para un medio aún por inventar [...] Los primeros pioneros del cine D. W. Griffith y Sergei Eisenstein tuvieron a bien reconocer cómo la narrativa de Dickens, aunando diferentes episodios geográficamente distanciados, anticipó la técnica de contraposición de escenas e influyó en el arte del montaje cinematográfico. De similar manera, muchos realizadores y guionistas han comentado cómo los personajes de Dickens tienen vida propia más allá de las páginas de los libros (lo cual no resulta en absoluto sorprendente si se atiende al modo en que amigos y familiares del escritor lo describían caracterizando las expresiones y las voces de sus personajes antes incluso de haberlos escrito) y cómo el detalle creativo de los mismos es tan rico y alcanza tantos niveles de textura que casi pueden ser elevados de modo general a la categoría de dirección de guion y storyboard. Todo ello vino a adornarse aún más con la incorporación de las ilustraciones originales de los libros, llevadas a cabo por una variedad notable de ilustradores a quienes Dickens supervisaba igual que un director de cine instruye a sus ayudantes. 

Con todo lo anterior en mente −y dejando de lado los ominosos cálculos patibularios que arrastraba la Revolución Francesa−, aún me atrevo a preguntar(me/le): ¿Acaso no debiera constituir la imaginación el camino más certero y eficaz para aproximarse a la percepción de los hechos y, a su vez, la mejor de las drogas para enfrentarlos? Dejemos responder en primer lugar −más de un siglo y medio después de aquellos planteamientos genuinamente dickensianos− a la intrépida juez Mariana de Marco, tal vez el personaje más representativo y carismático de la obra literaria del escritor madrileño José María Guelbenzu:6

[…] la ley no es una ciencia exacta sino un pacto entre ciudadanos, ¿me comprendes? La imaginación es una ayuda magnífica para no quedarse estancado en la estrechez literal de la norma. Es una aplicación del viejo dicho de la letra y el espíritu de la letra. La imaginación alimenta el espíritu. Así que no me parece mal ser un poco novelera.

Y responda después el cine, en este caso la afilada pluma del guionista Paul Mayersberg, la cual nos hace partícipes de esta deslumbrante reflexión puesta en boca de uno de los personajes de El hombre que cayó a la Tierra (The man who fell to Earth, Nicolas Roeg, 1976):

[…] Van a deshacerse de sus múltiples ordenadores e instalarán seres humanos […] ¿Quieres saber por qué? Porque solo a través del error humano se pueden conseguir nuevas ideas. , cometiendo equivocaciones. Volviendo al hombre y a su imaginación



1 Como apunta Carlos Colón en el Diario de Sevilla, 08.02.2012
2  Compañía cinematográfica fundada en 1895 en la que David W. Griffith debutó co- mo director en 1908 y bajo cuyo auspicio permaneció hasta 1913
3  Fragmento de Cine y literatura, de Pere Gimferrer (edición revisada y ampliada, Seix Barral, 2012)
4  Recogido en Teoría y técnica cinematográficas, de Sergei M. Eisenstein (ed. Rialp, 1989)
5  Warwick Arts Centre, 28 de enero de 2012, en el marco del evento Dickens 2012 (según traducción del autor)
6  Fragmento de El cadáver arrepentido (2007)




martes, abril 17, 2012

Tu sonrisa

Sonríes, y es como si prendiera
un nuevo sol al filo de tu boca,
ardiendo en la sonrisa que me toca
las brasas de la lengua que me espera.

Sonríes, y no encuentro otra bandera
que izar más que la suerte de tu boca,
ni otra patria que el eco que provoca
en mi horizonte tanta primavera.

Así auspician tus belfos como brisa
de malvavisco, azalea y lilas
que aventa el polvorín de la repisa
sobre la que foguean tus pupilas
el arco que dibuja tu sonrisa
al par que mis verijas rompen filas.









jueves, marzo 08, 2012

Tiempo de cuchillos

Se vienen cataclismos y barbaries,
mala sangre, garrote, pincho y porra,
manos al cielo, hijos de la camorra
que empastan con dos hostias cuatro caries.

Se viene encima un tiempo de cuchillos,
de andarse con coraza en las trincheras,
de hincar el morro contra las aceras,
de escanciar bilis sobre los bordillos.

Se viene el huracán, la tremolina,
las noches de los días de resaca
desafinando desde los suburbios.

No hay Batman ni Sansón ni hada madrina,
ni rastro de Han Solo y de Chewbacca
entre esa nube azul de antidisturbios.



viernes, febrero 03, 2012

Tristemente lombriz

Tristemente lombriz, flaca carnaza
para el depredador de las finanzas
somos tú y yo, sus sanchopanzas,
por turnos su aliciente y su coraza.
Su saco de dormir, su gas mostaza,
el pecho donde no hieren las lanzas,
la zancadilla al pie mientras avanzas
a tientas por la arena de la plaza.

Tristemente lombriz, gusano en Babia
somos tú y yo en un mundo equivocado
de buitres y de hienas de oficina,
de pérfidos gestores de la rabia
que de una mano prestan lo robado
y de otra extienden bien la vaselina.



martes, enero 24, 2012

Una de buenos, malos y lo de en medio

LA VIDA, LA MUERTE Y LO DE EN MEDIO

SINOPSIS: Hipólito Bueno es un detective cuarentón afincado en Granada que se precia de ser un tipo taciturno, mujeriego, cinéfilo y de buen corazón, si bien de tan desconfiado que se ha vuelto peca sin remedio de galopín y algo buscón. El día de nochevieja, en tanto aguarda intranquilo la llegada a la cena de una misteriosa dama, nuestro protagonista hace un amplio repaso de lo que ha dado de sí el año que se agota. Es así como el detective narrador se despoja de sus complejos y nos brinda, tan anárquicamente como llegan las imágenes a su recuerdo, el relato entreverado de seis de los casos más relevantes que cambiaron su vida tanto humana como profesionalmente y le otorgaron el reconocimiento que hoy nadie le discute en la ciudad. En todo este mejunje vital tienen mucho que decir las reglas nunca escritas del azar y los acordes de un oportuno bolero.



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