Nadie dijo, Cenicienta,
que la vida fuera un cuento
y que nunca el firmamento
presagiaría tormenta.
Yo, sin tener sangre azul,
quise ponerte el zapato
pero tus ojos de gato
guardaban en un baúl
el corazón verdadero
que, a un príncipe reservado,
latía por el cuidado
y el beso del heredero.
Ahora que no tengo orgullo
ni ilusión, ni voz, ni gana,
que un día dura una semana
y lo mío ya no es tuyo...
Ahora que cada vez más
colorín es colorado,
yo escoro hacia el otro lado
de un infierno gris de gas.