lunes, diciembre 22, 2014

Magia a la luz de la luna

La magia está íntimamente emparentada con los orígenes del cine. Allá por 1896, cuando quiso comprar la patente del cinematógrafo a los Lumière, George Méliès dirigía el teatro de ilusionismo Robert Houdin de París. George Méliès fue el primer mago, el primer cineasta, el primero que convocó la fantasía [...] Méliès estaba preparado para su futuro al haber sido mago de salón, ilusionista y ventrílocuo, adelantándose a los actores que hablarían con una voz desplazada, afirmaba Guillermo Cabrera Infante en su disyuntivo Cine o sardina. No es la de Allen la primera película, ni será la última, que coloque el foco argumental sobre las tablas de la magia o de la adivinación como pretexto; sin embargo, con su Magia a la luz de la luna el director neoyorquino se aventura, haciendo filigranas en el aire, a dar ese paso de más que separa el mero homenaje del más ciego amor, en este caso por el cine y lo que este representa para él.

La acción del filme se sitúa en el último tramo de los locos años 20. Es la época de las primeras obras maestras que el cine nos brinda: el Amanecer de Murnau, El acorazado Potemkin de Eisenstein, El maquinista de la General de Keaton o La quimera del oro de Chaplin. Es también el tiempo en que arrancan las filmografías de Alfred Hitchcock (Easy virtueEl enemigo de las rubiasLa muchacha de Londres...) y de Leo McCarey, responsable de la dirección de los mejores cortos de Laurel y Hardy, y un poco más tarde de Sopa de ganso, posiblemente la mejor película de los Hermanos Marx.

Apunto todo lo anterior porque lo que yo veo mientras veo Magia a la luz de la luna es el resultado de una milimétrica deconstrucción de dos grandes éxitos del Hollywood clásico pasados por el inconfundible tamiz idiosincrásico de Woody Allen, convenientemente agitados y mezclados en las proporciones precisas.  

[Lo que sigue desvela contenidos fundamentales de la película, de modo que si no la has visto aún y tienes intención de hacerlo, quizá debieses abandonar en este punto la lectura de esta crónica]

Los paisajes recurrentes de la Costa Azul y los bailes de salón en los que el vals deviene frenético hot jazz, me transportan inmediatamente a esa comedia romántica (como la que nos trae) que protagonizan Cary Grant e Ingrid Bergman en Atrapa a un ladrón. Y, ¿acaso no es esta también la historia de la redención que el protagonista experimenta a través del amor, cuando es objeto de la trampa que la pequeña Danielle le tiende para hacer notar al mundo que puede ser tan grande como él en el arte del desvalijamiento? Curiosamente, un antagonismo bastante similar entre dos magos sirve para construir el leitmotiv de la película de Allen.

Pero si hay un referente que, como uno de esos ectoplasmas a los que artísticamente invoca Emma Stone, planea por mis entendederas a lo largo de casi todo el metraje, ese es Tú y yo, una obra maestra absoluta (prefiero la segunda versión, de nuevo con Cary Grant a la cabeza) y, en mi opinión, una de las mejores películas de la Historia del Cine -y no solo por contener el beso más sobresaliente jamás filmado-. Veamos: cuando Deborah Kerr y Cary Grant (o Irene Dunne y Charles Boyer, para quienes prefieran el filme de 1939) se conocen a borde de un lujoso transatlántico, ambos están comprometidos con personas acomodadizas y pudientes, lo cual no constituye un óbice para que acaben enamorándose (tal sucede con Colin Firth y Emma Stone en nuestro caso, ¿no es cierto?). De regreso a sus trajines cotidianos, a sus vidas ordinarias, como quien despierta cualquier mañana de un sueño feliz, disponen de seis meses (según ellos mismos acuerdan) para replantearse el rumbo de sus pasos y decidir si desean volver a verse en la última planta del Empire State Building (el lugar más cercano al cielo, quiero recordar que comentan en algún punto de la película, trasladado ahora por Woody Allen al mismísimo cielo, el cielo cristiano habitado por los espíritus con los que la médium se maneja), símbolo último de que habrían abandonado a sus respectivas parejas y apostado por una vida en común (¿acaso no es esa, también, la misión salvífica del observatorio astronómico en la película de Allen?). No obstante, un desafortunado accidente (Deborah Kerr es atropellada) impide a los amantes reencontrarse (¿no es el accidente de tráfico que sufre la tía Vanessa lo que acaba por impedir, a raíz de un cambio radical en la óptica del protagonista, que la pareja se entregue al amor sin más demora?). Aun así el amor acabará triunfando, como no podía ser de otra manera, pero lo hará ante la presencia de un testigo muy especial. Uno de los fragmentos más emotivos del filme de McCarey transcurre en Villafranche-sur-mer, en la Côte d'Azur francesa, donde reside la abuela de Cary Grant (portentosa Cathleen Nesbitt) a la que van a visitar durante una escala del crucero, y quien ejerce a la vez de catalizadora y testigo de una historia de pasión entre ambos que está a punto de florecer (¿en qué difiere esto de la secuencia final de la película de Allen, cambiando el chal de la abuela como elemento dramático por esos simpáticos toques del más allá, entre los que Woody se mueve como pez en el agua: uno SÍ y dos NO?)




jueves, diciembre 18, 2014

Ande la marimorena

I

Ya anuncian las panderetas
con sinfonía gozosa
la venida luminosa
del Niño Pablo, el Coletas.

Tres magos anacoretas
lo bautizan "Malacosa"
con extracto de lactosa
de cura huelebraguetas.

El yerno del soberano,
la LOMCE, la ley mordaza,
Catalonia è sempre Mas,
no te extrañe si a desmano
las campanas de la plaza
repican por Nicolás.

II

Un villancico hay que suena
extramuros de Cantora:
"Abajaba la pastora
por el monte hasta la trena".

Ande la marimorena,
rin rin, nos purgue la aurora,
que GastroBankia elabora
chorizos para la cena.

Y entre todo este barullo
de engañifas, tropelías
y capos entre barrotes,
la Nochevieja en el trullo
promete más alegrías
que en la tele la Pechotes.

domingo, diciembre 07, 2014

Más allá del horizonte

Más allá del horizonte, donde el sol tiene guarida,
al final del arco iris he despertado a la vida.
En largos atardeceres de desgobierno estelar,
más allá del horizonte no es una utopía amar.

El deseo me espolea,
no sé qué hacer, no hay consuelo,
contra el viento y la marea
me empadronaré en tu cielo.

Más allá del horizonte, en otoño o primavera,
el amor eternamente nos espera.

Más allá del horizonte, los confines rebasados,
al llegar la medianoche ya estaremos compinchados.
Corre el agua por el valle presumiendo de frescor,
más allá del horizonte alguien reza en tu favor.

Mi pobre corazón está palpitando
porque sintió de un ángel el beso,
mis recuerdos se van inundando
de mortal embeleso.

Más allá del horizonte, cuando el juego se termina,
cada paso que tú das mi trasunto lo camina.

Más allá del horizonte, los vientos nocturnos a compás
entonan una melodía de muchas lunas atrás
y las campanas de Santa María repican melosas,
más allá del horizonte te descubrí entre las cosas.

Todo es oscuro y sombrío,
he estado suplicando en vano,
estoy herido y vacío,
arrepentirse es humano.

Más allá del horizonte, donde ese mar traicionero,
se olvidó tu amor de iluminarme el sendero.

Más allá del horizonte, bajo cielos color grana,
no me canso de mirarte a la luz de la mañana.
Surcan mis ojos templos, reinos y países sin fin,
más allá del horizonte, del uno al otro confín.

En el momento decisivo
siempre hay alguien que te cuida,
siempre queda un buen motivo
para indultar una vida.

Más allá del horizonte el cielo es tan azulado...
Yo tengo más de una vida para vivirla a tu lado.


https://rutube.ru/video/051b32d5cfe08aff2d9831389a973adf/

miércoles, octubre 22, 2014

Imagina

I

Que disparasen flores los fusiles,
que hablasen los profetas de esperanza,
que en el grávido holgar de la balanza
pesasen más los cientos que los miles.
Que fuesen, mes a mes, todos abriles
y todos los hidalgos Sancho Panza,
que no hubiera tormenta sin bonanza
ni oscuridad exenta de candiles.

Un nimbo que lloviese gasolina,
un virus portador de vida zen,
un modo de escapar de esta sentina,
un relaxin' tequila en el Edén
y un diablillo que sueña que imagina
que vienes cada vez que digo ven.



II

Un faro que alumbrase el farallón
de causas aún pendientes de fortuna,
tomar la cara oculta de la Luna
rindiendo el espinazo del Dragón.
Dios y Diablo (¿quién gato, quién ratón?)
jugándose el honor a las veinitiuna,
una píldora azul contra la hambruna
y un Dow's Vintage para el corazón.

Que cotizase al alza la aventura,
que hubiese caja B para el amor,
que desgravase el genio y la figura,
que cada parlamento atronador
(y cada affaire de la razón impura)
sonase a fantasía en do menor.






sábado, septiembre 27, 2014

En el gueto


Mientras cae la nieve
en Chicago, en una mañana gris y fría 
nace un niño pobre
en el gueto.

Y su mamá llora
porque si hay algo que no necesita
es otra boca hambrienta que alimentar
en el gueto.

¿Acaso no entendéis
que el niño necesita ahora una mano amiga
o se convertirá en un camorrista?  
Miraos a vosotros y miradme a mí,
todos demasiado ciegos para ver.
¿Es que giraremos la cabeza sin más
para mirar hacia otro lado?

El mundo gira
y un niño hambriento y mocoso
juega en la calle mientras sopla el viento frío
en el gueto.

Y el hambre lo consume,
así que empieza a deambular por las calles de noche
y aprende a robar,
y aprende a pelear
en el gueto.

Tenía que llegar una noche en la que, desesperado,
un muchacho rompiese con todo 
y comprase un arma, robase un coche,
se aventurase a correr pero no llegase lejos.
Y su mamá llora
cuando una multitud se agrupa en torno a un camorrista,
la cara contra el asfalto y un arma en su mano
en el gueto.

Mientras el muchacho muere
en Chicago, en una mañana gris y fría,
otro niño está naciendo
en el gueto.

Y su mamá llora... 




lunes, septiembre 15, 2014

Así es

Lo más importante (y sin embargo insuficiente) para disfrutar de una vida sana y provechosa es querer hacerlo. No es broma. Todo el mundo sabe que para acogerse con éxito al plan de una dieta equilibrada -y digo, fíjese, no más que equilibrada; con las "milagrosas" el ejercicio se vuelve mucho más turbio-, hay que estar dispuesto a (y preparado para) cambiar de horarios, de costumbres e incluso de actividades, aceptando las casi inesquivables alteraciones de ánimo y humor que ello acarrea; por no hablar de los trastornos metabólicos e intestinales que paradójicamente afligen al practicante durante las primeras semanas. Y esta voluntad de transformación, esta necesidad de apostar decididamente por unos hábitos alimenticios saludables que renieguen de cualquier desbarajuste de lípidos, azúcares, colesterol y otros excesos primitivos, exige de antemano un estricto examen de conciencia y un firme propósito de la enmienda. Una especie de envite al diablo por el que se renuncia a caer en la tentación.

Así es.

Sin ir más lejos, tengo un amigo que se ha sometido durante el último año a un proyecto intensivo de adelgazamiento y con el que logrado, a base de alcachofas, cosechar resultados inesperados: veinticinco kilos de sebo -ha leído bien- que, a fuerza de sacrificio, gimnasia pasiva (la única posible a tenor de ese dolor crónico de huevos que, tal decía él, los políticos y la soledad le producían) y mucha hambre, se habían evaporado de los recovecos de su tejido adiposo como por arte de encantamiento.

Es un hecho probado -diríase que un sentir popular, que es el mejor experimento posible donde no alcanza a llegar la ciencia- que hasta hace poco tiempo el procedimiento era incómodo y fatigoso, casi me atrevería a afirmar que molesto. Recopilemos: en primer lugar uno debía visitar a un endocrinólogo que pudiera aconsejarle sobre la dieta más conveniente según su edad, estado de salud y constitución física, y que le explicase con detalle qué clase de alimentos es la más apropiada en cada caso para satisfacer las necesidades energéticas del organismo o, dicho de otro modo, cómo hacer acopio de vitaminas, proteínas, grasas, sales minerales e hidratos de carbono de manera compensada; la siguiente visita -que habría de producirse, haciendo un cálculo grosero pero generoso, apenas transcurridos un par de meses de la anterior- es al psicoterapeuta, cuando el sujeto en cuestión toma conciencia de que el padecimiento al que el régimen alimenticio lo condena está perjudicando seriamente su vida conyugal, adulterando su conducta social e incluso desmejorando su rendimiento laboral, además de ocasionarle severas crisis de ansiedad de tanto en tanto; todo acabaría ahí de no ser porque, con el afán de poder satisfacer los casi quinientos euros mensuales que la visita al psicoterapeuta acarrea (si pensamos en dos visitas semanales a razón de unos sesenta euros la visita), uno se ve en la necesidad imperiosa de abandonar el tabaco, lo que acaba repercutiendo en un ansia incontrolable por llevar a cabo el abordaje de la nevera; es entonces cuando, en un visto y no visto, se recupera el peso perdido al cabo de tanto sufrimiento, y cuando el ciclo nutritivo (endocrinólogo, dieta, crisis emocionales y de ansiedad, vuelta a fumar, psicoterapeuta, ruina...) se pone nuevamente en marcha si uno no ha sucumbido antes al beso de Judas de la depresión.

Por suerte, las cosas han cambiado mucho con el siglo. Llevar hoy una vida razonablemente saludable en cuerpo y alma depende no más que de dos figuras beatíficas, dos auténticas instituciones que poco a poco van comiéndole terreno a la familia como aliviadores de problemas y ahuyentadores de complejos: el personal trainer, que se ocupa de mantenernos en forma mediante progresiones de ejercicios de índole física y una atención especial a la respiración, la concentración, las pausas, el dominio de la mente y la alimentación; y el  coach, que es gurú, chamán, psicólogo, terapeuta, confesor, instructor, consejero y nutricionista, todo en uno. Ni Boris Vian, oiga. Todo ello unido a la ágil lectura de un par de libros de esos que dicen de autoayuda al año y a buen seguro acabará usted descojonándose de sus michelines, bendiciendo su calvicie prematura o pensando que tiene el par de tetas mejor puestas de todo el hemisferio norte, aunque los pezones descollasen a la altura del ombligo.

Así es.      

domingo, junio 08, 2014

Promoción 89

Sumamos años sin perder la cuenta,
marchamos al decir de la plomada,
del último al primero en la manada
nos batimos el cobre en la placenta.

Sabemos navegar en la tormenta
y nunca claudicar en la escalada,
olemos a estertor de edad dorada
y a son crepuscular de los ochenta.

Y aunque haya a quienes nos clarea el techo
y las sienes se tiñan de aguanieve,
nos sobra corazón o falta pecho
para tanta afección, tan gran relieve.
Cinco lustros nos juzgan por derecho:
La Salle, promoción ochenta y nueve.




domingo, marzo 30, 2014

That evening sun/Ese sol crepuscular (Old Crow Medicine Show)


Los perros callejeros andan ladrando,
las gallinas cacarean por el carril,
y yo me siento como ese inconformista
que arrastra su triste y sordo estribillo,
con el sol cayendo sobre mis hombros,
merodeando por la explanada como un baldío
que se marchará de aquí mañana,
que tomará un vagón vacío.  

Hay un millar de constelaciones
poblando ese cielo esplendoroso, radiante,
pero la Tierra es solo una estación
en aquella línea solitaria y rutilante.
Silba una bocina lejana 
sobre un tramo de vía oxidado
y me doy cuenta de que no soy más 
que un vagón carbonero vacío
en un tren que jamás regresará.  


Detesto ver cómo va apagándose ese sol crepuscular,
su solitaria presencia sobre mi rastro,
pero sé que este tren habrá de conducirme a mi destino
aunque deteste ver cómo va apagándose ese sol crepuscular.


Los andenes tienen sus farolas
y la ciudad su resplandor,
y la luz de luna acompaña
el discurrir de la sombra del pobre muchacho,
mas nadie puede asegurarle 
que la noche volverá a traer el sol de la mañana,
y mis ojos no han conseguido adaptarse
a este oscuro rostro que me ciñe. 


Detesto ver cómo va apagándose ese sol crepuscular,
su solitaria presencia sobre mi rastro,
pero sé que este tren habrá de conducirme a mi destino
aunque deteste ver cómo va apagándose ese sol crepuscular.


La noche te hace sentir solo.
En pos de ese primer sol de la mañana,
de la luz sobre la locomotora
extendiéndose hasta el amanecer,
puedes pasar la vida entera corriendo
por ramales oxidados de ferrocarril,
persiguiendo el ocaso
bajo ese cielo oscuro y ondulante.


Detesto ver cómo va apagándose ese sol crepuscular,
su solitaria presencia sobre mi rastro,
pero sé que este tren habrá de conducirme a mi destino
aunque deteste ver cómo va apagándose ese sol crepuscular.


miércoles, marzo 19, 2014

Anagrama


     Tal como yo lo imaginaba, un laboratorio farmacéutico debía ser algo parecido al gabinete clandestino de la lavandería de Breaking Bad, con todos esos armatostes siempre dispuestos para librar la guerra química, pero a lo bestia. Se me antojaba una de esas naves cuadrangulares de techo alto que, erigida entre concesionarios de automóviles y outlets de muebles de jardín, conforman la primera línea de batalla de algún polígono industrial situado en el extrarradio de la ciudad. Y, al frente de la mole de hormigón, avizora y luminosa, la serpiente afín al gremio atornillando con su sinuosa feminidad el cáliz contenedor del antídoto. Lo que a su vez quería significar que, si el empresario decidiese cualquier día reorientar el negocio de los medicamentos hacia los andurriales del lenocinio, bastaría solamente con reorganizar las letras que configuraban el nombre de la marca sobre el frontispicio, BOLDICH PONCE S. A., para convocar a la machada bajo el reclamo alternativo incluso puede que sugerente de más; artístico, en todo caso de BICHAS DEL COPÓN. Anagrama, creo que lo llaman los que saben qué es un anagrama.


  

lunes, marzo 10, 2014

Tragos y palabras


Nunca he sido muy dado a las resurrecciones, como bien sabe quien bien me conoce de mi paso por este mundo de muertos, ni en el sentido literal ni en el figurado. Y si me viera en necesidad de elegir alguna, cosa poco probable, rescataría del olvido la de Lázaro, el de Betania, un episodio bíblico revestido de una hondura poética extraordinaria, previo a la cumbre épica que supone la del propio Jesucristo. Por lo demás, ni el proclamado regreso del agente 007 en Carta blanca (Jeffrey Deaver) ni la anunciada reencarnación del detective belga del mostacho cuidado y  la cabeza de huevo, Hercules Poirot, de la pluma de Sophie Hannah, han conseguido despertar mi apetito literario ni acaso un atisbo de emoción menor. Tampoco, en el ámbito cinematográfico, me arrastró a las salas la idea de hacer retornar a la vida a la teniente Ripley en Alien: Resurrección (Jean-Pierre Jeunet, 1997), en el pellejo de Sigourney Weaver cuyo personaje, dicho sea de paso, está también llamado a resucitar en Avatar II; ni siquiera las cotizadas reapariciones de Freddy Krueger en todas las secuelas de Pesadilla en Elm Street. En definitiva, podría decirse que soy más partidario de dejar que los muertos en el sentido literal tanto como en el figurado descansen en paz. 

Pero he ahí que, 56 años después de la publicación de Playback, última novela de Raymond Chandler protagonizada por Philip Marlowe, y dejando de lado la contribución que Robert B. Parker hiciera a la obra póstuma La historia de Poodle Springs y su fallida, en opinión de la crítica del momento secuela de El sueño eterno, que dio en titular Perchance to dream (y que, hasta donde alcanza mi conocimiento, no está traducida al castellano), he ahí que, iba diciendo, un escritor sexagenario de origen irlandés asume el riesgo, en connivencia con editores y herederos del autor original, de reabrir la oficina de Marlowe en la sexta planta del edificio Cahuenga, en Hollywood Boulevard, para que una rubia alta y delgada, de nariz aristocrática, con ojos negros y profundos como un lago de montaña, hombros anchos y elegantes caderas, inunde de inquietud y algo parecido a Chanel nº 5 la dependencia. Y el material que Benjamin Black (seudónimo de batalla de John Banville, nombre que empieza a ocupar silenciosamente las listas de candidatos al Premio Nobel de Literatura) entrega es algo que traspasa con creces las lindes de la mera corrección, alcanzando inexploradas cimas de brillantez en la matizada construcción de los personajes tanto como en la sugerente prosa que los delinea, a la vez indómita y precisa, y exhibiendo una capacidad mimética sorprendente para enlazar con la obra previa y el estilo inconfundible de 'pal' Chandler.   

La atmósfera que envuelve a La rubia de ojos negros es íntimamente urbana, tanto así que se hace inimaginable el andamiaje formal de la narración sin esa estrecha conexión que la vincula a los arrabales de Santa Monica, Hollywood Hills  o Bay City; al viejo Oldsmobile del fisgón chandleriano recorriendo con nocturnidad y alevosía las tenebrosas calles de Los Angeles; y a los gimlets ese cóctel que «tiene que ser saboreado lentamente o te golpea como una carga de profundidad» en Victor's y Barney's Beanery, la cerveza en Lanigan's o los vodka martini en el Ritz-Beverly. Ambientada en los primeros años 50, como queda circunstancialmente atestiguado en distintos puntos de la novela («Estaba tan nervioso como una quinceañera de camino a su primer concierto de Sinatra»«[…] en la pantalla apareció un tráiler de La novia del gorila, con Lon Chaney y Barbara Payton de protagonistas», o bien: «Cuando llamaste, Sugar Ray estaba utilizando a Joey Maxim de bayeta para limpiar el suelo»), la historia que hilvana Banville/Black no solamente nos devuelve a un Marlowe perfectamente identificable (a saber, la pasión que profesa por el ajedrez, su inclinación hacia la poesía, un código ético inviolable o ese abandono ritual al consumo de gimlets), sino que adentra además al detective en un pandemónium característico de engaños, palizas, muertes, inesperados reencuentros, enredos, enigmáticas mujeres y matones de vía estrecha. Todo muy negro, desde el Black firmante hasta los cigarrillos Black Russian ensartados en boquilla de ébano que Clare Cavendish sostiene entre sus dedos, delgados pero fuertes. Y todo subordinado a un ritmo narrativo que bordea la excelencia puro noir vintage, puro Chandler, pura mitología trágica y, por si aún fuera poco, a la recuperación de algunas de las más peligrosas relaciones inauguradas en El largo adiós.    

De modo que, siguiendo los consejos de nuestro Garci para preparar un buen gimlet, únicamente has de trocear un par de limas en 8 partes y machacarlas en la coctelera; añadir luego un chorrito de Rose's y dejar reposar la mezcla al menos 15 minutos; para después rellenar la pócima con la cantidad oportuna de Rose's hasta que este ocupe 1/3 de la medida total del experimento y completar el preparado con 2/3 de ginebra; bastará finalmente con agregar el hielo y un poco de nostalgia al batir la coctelera. Ya solo tienes que acomodarte en tu butaca favorita y empezar a leer con deleite, paladeando simultáneamente tragos y palabras: «Era martes, una de esas tardes de verano en que la Tierra parece haberse detenido»





sábado, enero 25, 2014

¡Que vienen los rusos!


En el ámbito literario, el realismo ruso alcanzó sus más altas cotas de influencia en la estética narrativa decimonónica con la profundización psicológica de los personajes, la indagación de los conflictos del alma y la depuración estilística de mano de los reputados escritores León Tolstoi (1828-1910) y Fedor Dostoievski (1821-1881), ambos coetáneos de Charles Dickens, si bien separados de este no solo desde una perspectiva geográfica evidente sino también por una tradición cultural y una realidad social ampliamente diferentes. 

Una primera distinción elemental entre ambos autores al menos desde el enfoque con que nos proponemos abordar este texto− radica en que el primero de ellos, a diferencia tanto de Dostoievski como de Dickens, tuvo ocasión de asistir al nacimiento y a los primeros balbuceos del kinetoscopio de Edison y del cinematógrafo de los hermanos Lumiére; tanto así que llegó a afirmar sobre el nuevo medio que se trataba de un espectáculo inteligente, instructivo y altamente didáctico

Tolstoi, que desde su juventud se había sentido profundamente atraído por la metodología de las ciencias exactas ingresaré en la facultad  de Matemáticas y no ocultaré que si he elegido esta rama de la ciencia, ha sido tan solo por la fascinación que ejercen en mí las palabras integrales, diferenciales, tangentes, y otras del mismo estilo−, escribió entre 1865 y 1869 uno de los hitos de su producción literaria, Guerra y paz, que junto con Ana Karenina (1873-1877) constituyen dos referentes fundamentales de la literatura universal. Uno de los planteamientos filosóficos que apuntalan el desarrollo de Guerra y paz reside en la visión "riemanniana" de la Historia que Tolstoi esgrime en su obra: 

Solamente limitando esa libertad hasta el infinito, es decir, examinándola como una cantidad infinitesimal, nos convenceremos de la inaccesibilidad de las causas y, entonces, en lugar de la búsqueda de estas, la Historia tomará por objetivo la averiguación de las leyes [...] debe apartar la idea de causa y buscar las leyes comunes a todos los elementos iguales de la libertad, indisolublemente vinculados entre sí e infinitamente pequeños. 

Concebida, pues, como una colección eterna de elementos (libertades) infinitesimales, la percepción tolstoiana del hecho histórico no puede más que pensarse como la integral1  de un inmenso océano de avatares colectivos, cada uno de ellos dependiente únicamente del margen de libertad experimentado por sus protagonistas. Continúa Tolstoi incidiendo en esta idea a lo largo de su novela: 

Lo mismo que el sol y cada átomo del éter constituyen una esfera limitada, pero al mismo tiempo nada más que la partícula de un todo que por su inmensidad no es comprensible al hombre, así cada individuo encierra en sí mismo sus propios objetivos, aún cuando estos estén destinados al servicio de un interés general que no es capaz de comprender [...] 

Y, al hilo de la interpretación anterior, argumenta el filósofo y docente José Antonio Marín Casanova:2  

La Historia resulta así de la integral de un torbellino de acontecimientos en los que la libertad tiende a cero cuando su número tiende a infinito. Por eso la cantidad de nacimientos o de crímenes obedece a leyes matemáticas, ciertas condiciones geográficas y politicoeconómicas definen tal o cual forma de gobierno, o las relaciones entre la población y la tierra provocan los movimientos de los pueblos [...] aunque hay indicios textuales que nos sugieren una suerte de armonía preestablecida de corte leibniziano −Leibniz fue curiosamente junto con Newton (quien es recordado en más de una ocasión a diferencia de aquél, que no es citado), pero sin contacto con él, el creador del análisis diferencial al que Tolstoi apela como modelo de indagación nomológica−. 

Dostoievski, por su parte, despunta en la misma época con la publicación de su obra magna Crimen y castigo (1866) y de Los hermanos Karamazov (1880). En un fragmento de la segunda −y a la postre última novela− puede leerse la siguiente declaración de escepticismo de Ivan Karamazov acerca de las nuevas geometrías introducidas por los matemáticos Georg Bernhard Riemann y Nikolai Lobatchevski, que ponían en tela de juicio algunos de los postulados clásicos de Euclides, y con las que probablemente entrase en contacto en su periodo de estudiante en la Escuela Militar de Ingeniería de San Petersburgo. 

Sin embargo, hay que admitir que si Dios existe, si verdaderamente ha creado la Tierra, la ha hecho, como es sabido, de acuerdo con la geometría de Euclides, puesto que ha dado a la mente humana la noción de las tres dimensiones, y nada más que tres, del espacio. Sin embargo, ha habido, y los hay todavía, geómetras y filósofos, algunos incluso eminentes, que dudan de que todo el universo, todos los mundos, estén creados siguiendo únicamente los principios de Euclides. Incluso tienen la audacia de suponer que dos paralelas, que según las leyes de Euclides no pueden encontrarse en la Tierra, se pueden reunir en otra parte, en el infinito. En vista de que ni siquiera esto soy capaz de comprender, he decidido no intentar comprender a Dios. Confieso humildemente mi incapacidad para resolver estas cuestiones. En esencia, mi mentalidad es la de Euclides: una mentalidad terrestre [...] Si las paralelas se encontraran ante mi vista, yo diría que se habían encontrado, pero mi razón se negaría a admitirlo. 

Asimismo, alimentó otros símiles matemáticos para reivindicar conceptos abstractos inherentes al ser humano −esa unidad con base de carbono, según la definición estrictamente orgánica que imperaba en Star trek−, tal es el caso del tratamiento literario de la voluntad y el deseo que el autor hace en Memorias del subsuelo: El deseo es una manifestación de toda la vida humana, y aunque en esta manifestación nuestra vida revela a menudo toda su miseria, sigue siendo vida y no la mera extracción de una raíz cuadrada.   

A título anecdótico cabe destacar que Dostoievski no solamente llegó a conocer y a entablar una sincera relación de amistad con la (que más tarde sería) eminente matemática Sofía Kovaleskaya, sino que a un paso estuvo de erigirse en su cuñado de no ser porque Ana, hermana de la anterior, rechazara la oferta matrimonial que el escritor le hizo. Aun así, la admiración y el afecto que Kovaleskaya sentía por Dostoievski se mantuvo incólume hasta el final.

El cine ha sido enormemente pródigo en lo que concierne al espíritu de la obra de ambos novelistas. Destacaremos aquí la adaptación de Crimen y castigo llevada a cabo por Josef von Sternberg en 1935, la versión de Los Hermanos Karamazov realizada por Richard Brooks en 1958, a la Ana Karenina interpretada por Greta Garbo en 1935 bajo las órdenes de Clarence Brown (esta es, de hecho, una de las novelas que en más ocasiones ha sido llevada al cine) y la épica traslación a la pantalla de Guerra y paz rubricada por King Vidor en 1958; asimismo cabe celebrar los filmes El idiota y Noches blancas, adaptaciones ambas correspondientes a las novelas homónimas de Dostoievski trasladadas al cine de la mano de Akira Kurosawa en 1951 y de Luchino Visconti en 1956, respectivamente; por otro lado, es más que reseñable el hecho de que una parte de la producción del cineasta francés Robert Bresson se basa (o se inspira formalmente) en la obra de Dostoievski, tal es el caso de Cuatro noches de un soñador (1969) −nueva adaptación de la novela corta Noches blancas−, Una mujer dulce (1971) o la más conocida El carterista, que bebe de las fuentes principales de este autor cuando retrata los tortuosos caminos de la conciencia, la culpa y la redención del protagonista; y qué duda cabe de que también el admirado Woody Allen se deja imbuir por los lugares comunes de la literatura de Dostoievski para inspirar las tramas de soberbios filmes como Delitos y faltas (1989) o, más palpablemente, Match Point (2005), donde incluso el protagonista (Jonathan Rhys Meyers) aparece en una ocasión leyendo Crimen y castigo. Esta misma obra es la que −acomodándose a la galería de almas enfermas que pueblan el discurrir del filme− selecciona Van Heflin de la librería de la mansión Ivers para "instruirse" en tanto aguarda la llegada de Barbara Stanwyck en El extraño amor de Martha Ivers (Lewis Milestone, 1946), aunque al final, pudores aparte, terminara confesando que solo se disponía a contemplar sus dibujos.   

En el caso de León Tolstoi Ya verán cómo este pequeño y ruidoso artefacto provisto de un manubrio revolucionará nuestra vida: la vida de los escritores−, su conexión con el cine fue particularmente nutricia. De hecho, el escritor intuyó desde sus orígenes el cariz revolucionario del antedicho artefacto en lo que a enriquecimiento de los recursos y las posibilidades expresivas se refería: 

Tendremos que adaptarnos a lo sombrío de la pantalla y a la frialdad de la máquina. Serán necesarias nuevas formas de escribir. He pensado en ello e intuyo lo que va a suceder. Pero la verdad es que me gusta. Estos rápidos cambios de escena, esta mezcla de emoción y sensaciones es mucho mejor que los compactos y prolongados párrafos literarios a los que estamos acostumbrados. Está más cerca de la vida. También en la vida los cambios y transiciones centellean ante nuestros ojos, y las emociones del alma son como huracanes. El cinematógrafo ha adivinado el misterio del movimiento. Y ahí reside su grandeza.  

Y se convirtió, además, en el gran profeta de lo que supondría el nacimiento y desarrollo de un tipo de arte nuevo y completamente diferente a todo lo que se había visto hasta el momento:3

Hace un rato estaba sentado a la orilla del estanque. Era un mediodía caluroso, mariposas de todos los colores y tamaños revoloteaban a mi alrededor, bañándose y zambulléndose en la luz del sol, aleteando entre las flores durante su corta −cortísima− vida, porque con la puesta de sol dejarían de existir.  

Pero allá en la orilla, junto a los juncos, me fijé en un insecto con pequeñas motas color lavándula en sus alas. También él revoloteaba en círculos. Aleteaba con obstinación, y los círculos eran más y más pequeños. Observé atentamente la zona. Entre los juncos se sentaba un gran sapo verde de ojos fijos y cabeza aplastada, que respiraba aceleradamente; su garganta brillaba con reflejos blancos y verdosos. El sapo no miraba a la mariposa, pero ella volaba siempre sobre su cabeza sobre su cabeza como para hacer notar su presencia. ¿Qué ocurrió? El sapo levantó la cabeza, abrió su enorme boca y −¡asombroso!−el insecto se introdujo en ella deliberadamente. El sapo cerró rápidamente las mandíbulas y la mariposa desapareció.

Recordé después que el insecto llega así al estómago del sapo, poniendo en él sus huevos; que maduran y reaparecen en la Madre tierra convertidos en larvas, en crisálidas. La crisálida se transforma en oruga y de esta surge una nueva mariposa. Entonces recomienzan los juegos bajo el sol, los baños de luz y la creación de nuevas vidas.

Lo mismo ocurre en el cine. En los juncos del arte cinematográfico se sienta el sapo: el hombre de negocios. A su alrededor revolotea el insecto: el artista. Pero no significa destrucción. No es sino uno de los métodos de procrear, de propagar la especie; en el estómago del hombre de empresa se lleva a cabo el proceso de siembra y maduración de las semillas del futuro. Estas semillas saldrán a la Madre tierra para recomenzar una vez más sus hermosas y brillantes vidas. 



1El concepto de integral de Riemann data de 1854, luego es quince años anterior a la obra de Tolstoi
2La concepción tolstoiana de la Historia, Thémata: Revista de filosofía, ISSN: 0210-8365, nº 6, 1989, pp. 95-106
3David Bernstein para el diario New York Times, 31 de enero de 1937 (según la traducción de Isabel Villena incluida en Los escritores frente al cine, VV. AA., ed. Fundamentos, 1981)








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