domingo, octubre 03, 2010

La calentura del celuloide V: Una póliza a (casi) todo riesgo

El plan, señor Robinson, era tan brillante como la mirada a media luz de la dama que me embaucó. Créame: estaba exento del menor atisbo de fracaso. Habíamos calculado con obsesiva precisión de relojero suizo hasta el más nimio de los detalles. Empero aquí me tiene al alba maltrecho, agraviado y tembloroso grabando mi confesión para los anales policiales del FBI. Y es que sucede a menudo a los flacos de bragueta que la Perdición (Billy Wilder, 1944) nos sorprende con los anticuerpos en huelga de guardia y nos embriaga el cerebro con turbias fragancias de mujer, perfumes sulfúreos de modernas Evas que mondan y ofrecen con una sonrisa irresistible la fruta del pecado para esconder luego la mano que portó el cuchillo. El mío llevaba escrito Barbara en el marbete: Barbara Stanwyck, para más señas del fabricante. Marca degolladero. Made in hell.

Como le decía, señor Robinson, el plan no conocía fisuras (y con esto no pretendo subestimar en modo alguno sus más que probadas dotes detectivescas). Mas sucede que no hay trama infalible, usted lo sabe bien... No puede llegar a imaginarse las cumbres que un hombre estaría dispuesto a escalar por conseguir el favor sexual de una hembra como ella. Si me permite un consejo guárdese, señor Robinson, de anhelar apetitosas carnes que esconden en su interior anzuelos fatales de esos que arruinan a uno la vida al primer mordisco. Lo que quiero decirle es que, si mi olfato no vuelve a traicionarme, yo en su lugar pondría tierra de por medio con esa tal señorita Bennett antes de que sea demasiado tarde y no haya lugar al antídoto para la dosis de Perversidad inoculada.

Recuerdo sin sonrojo la primera vez que vi a la señora Stanwyck; aquella fatídica y calurosa mañana californiana de finales de mayo en que llamé a su puerta para negociar la renovación de una póliza de seguros de automóvil con su marido, quien dicho sea de paso se encontraba ausente. Ella se me ofreció a la vista desde el piso de arriba, en ese espacio dormido donde la escalera deja paso a un escaparate de ponzoñas de ocasión, interrumpiendo su baño de sol y envuelta en una toalla blanca que venía a abandonar el lienzo apenas un par de centímetros por debajo de sus rodillas. Arrebatadora en su insolente lozanía me instó a esperarla a que se vistiera. Al cabo de unos minutos escuché un redoble cadencioso de tacones golpeando la madera de los peldaños y ella, como una milagrosa aparición, emergió de la luz al cabo de una turbadora panorámica de abajo arriba con una pulsera decorando su tobillo izquierdo (¿ha visto alguna vez algo semejante?), abrochándose con demora los botones del vestido, y se pintó los labios de carmín intenso ante un tipo aún risueño que se parecía demasiado a mí; un tipo atrapado por el estupor frente al espejo en que ella plantaba cara a su peligroso reflejo. A esas alturas yo ya casi había olvidado lo que fui a hacer a aquella idílica mansión. Luego nos sentamos y ella cruzó y descruzó y volvió a cruzar sus piernas, descubiertas y extendidas, y me dijo su nombre; y yo, que ya iba a noventa por las carreteras de un estado en que la velocidad máxima permitida es cuarenta y cinco, recibí una amonestación con aroma de madreselvas que sólo me permitía pensar en mi cita con ella al día siguiente, a pesar de que a buen seguro en esta ocasión estaría presente el señor Dietrichson: su desdichado marido.

Empieza a entender ¿verdad, señor Robinson? El resto ya lo conoce: ella, que no era novata en el arte del crimen, soñaba con el asesinato de los cien mil dólares de la doble póliza de accidentes y yo solamente con la pulsera de su tobillo. ¿Sabe? En una última ocasión me confesó, reduciendo a cenizas nuestro universo privado de claroscuros, que tenía el alma podrida. Eso ya no era noticia para mí. El problema es que, para llegar a su alma y percibir el nauseabundo olor que despedía, hube de atravesar un cuerpo (delictivo) de crisálida del deseo y burlar una elocuencia aprendida en inhóspitos arrabales del infierno que pareciese inspirada por la pluma del mismísimo James Cain.

Y estaba también (¿lo he dicho ya?) esa desconcertante fragancia de madreselvas que inundaba el aire de peligro y esa pulsera en el tobillo...



miércoles, septiembre 08, 2010

La Dánae de Klimt (inventario voyeurista)

De cárdeno organdí salpimentada,
rociada de un incienso embriagador,
no hubo virgen más puta alrededor
ni diosa por los dioses más amada.

Una lluvia eficaz de mies dorada
y semen rubio inunda el colector
de tu sueño, ¡oh, Zeus progenitor!,
preñándote el caudal con la alborada.

Y así, feto a babor, mientras te tocas
el sexo con fruición de pizpireta
y ocultas con tus dedos como bocas
el cofre de tu pecho, mi bragueta
y su fiebre festejan como locas
la tímida eclosión de la otra teta.





martes, julio 06, 2010

Larissa (o Por quién redoblan las vuvuzelas)




No es noticia que yo, después de todo,
reniegue de honor patrio y de bandera
si piensas que arrancó esta ventolera
de cuajo mi afición. De cualquier modo
¿quién puede renunciar a una gacela
cruzando en libertad, con tanta gracia,
al bies la Plaza de la Democracia
sin complejos, sin ropa y sin abuela?
Al pilón con capellos, maradonas,
jabulanis y primas concertadas,
que aunque haya tras las carnes corazones
que aplaudan a la Roja, las hormonas
no quieren ensayar otras jugadas
que la mano de Dios con dos balones.



martes, junio 29, 2010

Sara (o Por quién doblan las vuvuzelas)




Al principio del tiempo una mujer
como tantas nos trajo la desgracia
por pegársela a Adán ¡tamaña audacia!
con el diablo... pero eso pasó ayer.
Hoy los hechos parecen escoger
de nuevo la ruta de la falacia:

Eva ahora luce melena lacia
y figura digna de merecer
y unos ojos color mar de Sorolla
y un micrófono en vez de una manzana
y unos labios que intuyo como gasa.

No dejes que te den por la farfolla
los viejos tutores de la desgana
que al son que ganan años pierden grasa.
Que si algo te han de untar, pues hace ampolla,
a coro los mamuts con los bafana
es por querer tener más de una casa.





lunes, junio 14, 2010

Detrás del bache

Caminante no hay camino, 
se hace camino al andar
(A. Machado)


De tanto transitarlo, el pavimento
se te hizo repetido, como absurdo,
cansado de pisadas, casi burdo,
fatal para los pies en movimiento
que se hunden, trastabillan, se deslizan
erráticos, vencidos por el peso
crepuscular de un tiempo que, travieso,
te amarra a la SICAV donde cotizan
dios y diablo a la par, infierno y cielo
por un asfalto nuevo, un nuevo suelo.
De tanto transitar fango azabache
y sofocar por ley la rebeldía
se te hizo puro negro el nuevo día
al ver que no hay color detrás del bache.



miércoles, abril 21, 2010

Lento el fuego (para Selu, con desgana)

Por los clavos del Cristo del Talego,
por el amor de Ford resucitado,
que aunque pretenda siempre lento el fuego
su guiso empieza a oler a chamuscado.
Y no encuentra la fórmula precisa
(¿será que con la noche muere el día?)
para aliviar con versos tanta prisa.
No quiero que parezca grosería
recomendarle un chute de jarabe
de hostias sin consagrar y de alma en pena
y sangre derramada en vino suave,
luego un pico de inspiración en vena
y reposo absoluto, que ya sabe
que es ley para aguardar la cuarentena.



jueves, abril 15, 2010

Llueve que llueve

La química posible, el desconsuelo
de las nubes en lágrima endocrina,
el líquido cuajando en la hornacina
furiosa del altar de tu desvelo.

La piel vacilante en el abrazo
de los cuerpos, dos voces que son una,
el deseo asesino de la hambruna,
fuegos fatuos prendiendo el espinazo.

Rompe una flor, se agitan las mareas,
asiste el cielo al trueque de jaleas,
somos medias mentiras de ocho a nueve.

Luego te has de vestir sin echar cuenta
del zapato ni la hora, Cenicienta.
Nieva afuera, adentro llueve que llueve.



jueves, abril 08, 2010

Primavera (gira, gira, gira)

Si gira el mundo es porque tú lo mueves
a ritmo de mil soles por tercero,
quién fuese de ese tictac relojero,
quién caño en la fuente de la que bebes,
quién pájaro chogüí cuando te atreves
a acariciar con plumas el tintero,
quién Sabio de tus besos prisionero
cuando eres la madrastra y Blancanieves.

Si gira el mundo es porque cada noche
inventas la mañana venidera,
quién fuese, ay, tu primera luz del día
y tu postrer tiniebla del derroche,
quién fiel vocero de esta letanía:
si gira, gira, gira... ¡es primavera!





lunes, marzo 15, 2010

La calentura del celuloide IV: El beso eterno

Corría el año de gracia de 1946 cuando Sir Alfred Hitchcock firmó para la RKO, con la que el magnate del cine David O. Selznick había negociado el paquete Hitchcock/Bergman/Grant junto con un guión casi concluido por 800000 dólares más la mitad de los beneficios recaudados en taquilla, otra de sus obras maestras: Encadenados, un delicioso "drama romántico" (según la clasificación llevada a cabo por la Production Code Administration) y nada más (ni menos) que eso. No hay nidos de espías, ni agentes infiltrados del FBI, ni bombas atómicas, ni más veneno que el corroe por dentro a Cary Grant cuando siente que está perdiendo a la Bergman, ni otras fiebres de posguerra que el amor desesperado entre Devlin y Alicia, porque a Hitchcock le importaba medio gramo de uranio que el Mac Guffin de Notorious fuese más o menos creíble, que lo que se cocía en las lúgubres bodegas de Sebastian soportase mejor o peor el peso de una trama que para él no era más que el apasionado romance que habría querido mantener con Ingrid Bergman y ella le negó repetidamente.

No restándole otra opción que asumir el rol de voyeur, peeping Hitch 1 nos brinda en este film una prodigiosa secuencia, posiblemente una de las más eróticas y sensuales de la historia del cine, rodada en una sola toma, en la que Bergman y Grant se besan, se acarician, se susurran, se muerden, se electrizan, se hacen arrumacos, se poseen y se desean, todo al mismo tiempo. Tan sólo 50 años separaban el fugaz beso de May Irwin y John C. Rice del beso eterno entre Devlin y Alicia. Además de lamentar profundamente no ser él quien explorase los vericuetos de los labios de la actriz, el maestro hubo de asumir el desafío de burlar los controles de la terca censura de la época −aquí código Hitch llamando a Hays−, que no consentían que un beso en pantalla se exhibiese durante más de tres segundos. El director ganó la partida con creces. Ingrid Bergman lo rememoraba así en sus memorias:

Un beso sólo podía durar tres segundos. Nos besamos y hablamos, nos separamos y volvimos a besarnos. El teléfono medió entre nosotros y nos trasladamos al otro lado del aparato. Fue un beso que empezaba y concluía: los censores no tuvieron motivo para suprimir la escena, porque nunca nos besábamos más de tres segundos. Hacíamos otras cosas: nos mordisqueamos las orejas y besamos la mejilla, por lo cual pareció interminable y se convirtió en la sensación de Hollywood.

El antológico beso de Encadenados (que no es uno, sino muchos y bien salpimentados) acontece en la suit de un hotel de Río de Janeiro. Comienza en la terraza, donde la cámara alcanza a los amantes casi acariciándolos con un zoom diurno y alevoso mientras planifican los pormenores de la cena, para luego perseguirlos sin cortes hasta el interior de la habitación, observarlos en escorzo en tanto el cable del teléfono −símbolo último del trío que sólo pudo acontecer en la mente del cineasta− se enreda entre sus besos y finalmente despedirlos hasta la noche, momento en que desgraciadamente el pollo cocinado por Alicia no encontrará la receptividad convenida. Lo más significativo de la secuencia, dejando de lado su carga pasional, es que es siempre Ingrid la que lleva la iniciativa amatoria porque es ella la que se ha doblegado desde el principio a los encantos del galán, en cuyo interior compiten vehementemente la química salvaje que desata en él la sueca con una profesionalidad ineluctable.

Sin embargo, no fue el obstáculo del beso el único que el film tuvo que sortear en su periplo hacia las pantallas. El guión de Encadenados hubo de ser sometido a diversas revisiones por parte de los censores de la Oficina Breen, pues la presentación que en él se hacía del personaje de Alicia como una mujer promiscua y licenciosa atentaba directamente contra el espíritu moralizante del Código Hays. Tras la presentación de la primera versión completa del guión para obtener la licencia de castidad necesaria para la exhibición del film, la RKO recibió la siguiente respuesta:

De nuevo deseamos subrayar el hecho de que antes de que esta película pueda ser aprobada, será necesario modificar las insinuaciones todavía presentes en relación a que su protagonista principal es una mujer de hábitos sexuales relajados. Esta sensación se desprende no sólo por el hecho de que en el inicio del filme se sugiere que está viviendo con un hombre, sino por las numerosas acusaciones e imputaciones que, en tal sentido, le hacen un gran número de personas a lo largo del guión y que no son negadas [...]

Incluso así, después de que Ben Hetch hubiese reescrito varias de estas polémicas escenas, el montaje final de la película fue nuevamente censurado y la RKO obligada a suprimir algunas de las más provocadoras de la secuencia de la fiesta en el apartamento de Miami, en que aparentemente Alicia mostraba aún flecos de moral disipada y comportamientos sexuales implícitos que podían hacer zozobrar al sufrido espectador.

Tras Encadenados la adorable Ingrid acabó Atormentada con Hitchcock y después marchó a Italia a rodar (por la hierba) con Rossellini, de quien concibió una hija (la también actriz Isabella Rossellini) sin haberse casado, hecho este que le cerró definitivamente las puertas de un Hollywood retrógrado y puritano hasta extremos insospechados. Hitchcock, lejos de arrojar la toalla, encontró una nueva musa rubia en la angelical Grace Kelly, princesa futura de Mónaco y sempiterna de cualquier cuento de hadas... pero esa es otra historia (y no la última, pues aún después habría de torturar con pájaros voraces y demás chantajes emocionales a Tippi Hedren).

1.En inglés la palabra hitch es un sustantivo que significa problema, dificultad o contratiempo. Al adoptar sólo la primera mitad de su apellido, Hitchcock se despojó del cock, jerga inglesa para designar al pene. Realmente Hitchcock era una auténtica polla en apuros



viernes, marzo 12, 2010

El soneto matemático (parto inverso)

La vida es ir amaneciendo inmerso
en la luz del factor que la duplica,

así al 2 la chistera ratifica
como prócer de un largo parto inverso
que va multiplicando el universo:
ya a la fuente 4 va y 8 salpica.

La vida a cada paso reivindica
el pulso geométrico del verso
que crece, se desborda, se hace inmenso
guiándome hacia un vértigo infinito
de gente que nada en un mar de gente
tan rápido que, puesto a pensar, pienso
a menudo en recuperar el rito
de salir con 2π por la tangente.







miércoles, marzo 10, 2010

El soneto matemático (por Vicente Luis Mora)

Todos sabían que la vida es irse
por qué no lo entendí no lo comprendo
pero conforme luego fui creciendo
supuse que vivir es dividirse
como el ocho en el cuatro ha de partirse
y como el cuatro en dos se va escindiendo
como la calavera que riendo
se ha ido despojando del reírse.

La vida es dividirse y yo me siento
a cada día un poco menos vivo:
si me sustraen mitades las jornadas
multiplicando restas y los vientos

prosiguen sus labores de derribo
me iré partiendo hasta quedar en nada.




lunes, marzo 08, 2010

Un millón de razones (variaciones sobre una canción de N.)

Un millón de razones van sumando
las que tengo para huir hacia tu boca,
un millón para amarte es siempre poca
cantidad de razones avanzando.

Para ir al abordaje de tus labios
un millón de razones es recato
pues besan dulcemente de rebato,
habrálos más traidores, no más sabios.

Un millón, ingeridas sin receta
las razones apuntan la salida
sin desespero ni gastando flema.
Un millón de razones en brocheta
no caben, mala sombra, en un poema
así que escribiré toda la vida.







miércoles, marzo 03, 2010

Estrella errante

Nací en Tauro esquina con Ganimedes
al norte de la eclíptica de Marte,
en una luna reservada al arte
telúrico que enluta las paredes.

Nací de una tormenta de centellas
y de un chaparrón de meteoritos,
cuenta el anciano Orión que oyó los gritos
a un siglo luz y que temió por ellas.

Nací el año astral en que la tormenta
perfecta se vistió de imperfecciones
para la ocasión, soltera y elegante,
un día plomizo entre estaciones
en el amanecer de los setenta.
Nací al amparo de una estrella errante.


viernes, febrero 19, 2010

La calentura del celuloide III: Rosebud

La enigmática palabreja anglosajona rosebud (pimpollo, según traducción literal del inglés) redirige presto ese inquietante y traicionero mecanismo que es la memoria hacia el modélico Ciudadano Kane de Welles y su pleonástica secuencia final en que los juguetes de la infancia del protagonista, aquella bola de cristal con motivo navideño semioculto por la nieve y un desvencijado trineo calado de polvo y recuerdo hasta los renos, se convierten en pasto alegre de las llamas. No descubro nada al decir que el todopoderoso Charles Foster Kane, al contemplarse ante el avinagrado espejo de su vanidad y proyectar sobre el azogue su obsesión por el pasado, reconoce sin dificultad en el milagro de la luz al magnate de la prensa y la radiocomunicación norteamericana William Randolph Hearst, aquel que tantas bocas tuviese que alimentar o silenciar para proteger su imagen tras verse salpicado, junto a otros nombres importantes del cine como Daniel Carson (jefe de producción de Hearst) o Charles Chaplin, por el misterioso deceso el 16 de noviembre de 1924 del prometedor productor y realizador Thomas Ince en el transcurso de una fiesta de cumpleaños a bordo de Oneida, el yate privado del jerarca. Sepan los más curiosos y/o morbosos que en 2001 el más cinéfilo de los cineastas (con permiso de nuestro Garci y de los enfants terribles de la Nouvelle Vague), Peter Bogdanovich, recreó esta historia para la pantalla de plata bajo el título
The cat's meow, con Edward Herrmann encarnando al omnímodo multimillonario. Pues bien, por aquel entonces Hearst andaba enrollado con la (siempre aspirante a) actriz Marion Davies, 34 años menor que él, de quien cuenta la leyenda que antes de entregarse al alcohol se entregó también a Chaplin, lo que lógicamente complica aún más el funesto episodio del festejo en la embarcación, sobre el que se llegó a especular que la muerte de Ince no fue más que un ridículo accidente en tanto que la bala ejecutora llevaba escrito con letras mayúsculas y grafía hearstiana el nombre del genio sin par del bombín, el bastón y el falso mostacho.

A lo que voy: lo que sí pudiera resultar un descubrimiento para el lector que haya atesorado la paciencia suficiente para llegar hasta aquí es la ligereza de (cascos y) tacto de la Davies, de quien también cuenta la leyenda que en una de esas prolíficas y desmesuradas fiestas en San Simeón, el castillo en el Pacífico californiano con 111 dependencias y una piscina de agua de mar de 33 metros de longitud que compartía con el magnate, se fue de la lengua entre tartamudeos 1 y confesó en petit comité (en defensa de la actriz he de decir que eso es lo que uno siempre cree y luego resulta que no hay comité pequeño), vaya usted a saber cuántos litros de alcohol regaban ya sus intestinos, que rosebud era el término que Hearst acuñó para referirse cariñosamente al sexo de su guayabo, algo así como el coñito de Miss Davies pero en versión poético-finolis: el brote tierno que aún no ha despuntado en flor de mayo. Como decía antes ningún comité es suficientemente pequeño y menos aún cuando uno de los nombres asiduos a aquellas galas era el de Louella Parsons, la lengua más viperina de la prensa amarillista norteamericana a ese lado del río Pecos. Es así como el rosebud de Marion debió pasar de boca en boca (con las debidas disculpas a su excelencia Hearst por la expresión) hasta llegar de labios de Herman Mankiewicz a oídos de Welles, maestro artificiero de la pirotecnia estilística y artífice de la magia de salón, quien con inusitada mala leche aún no superada en toda la historia del cine (salvo quizá por algunos pespuntes de Wilder, de nuestro Berlanga y el emblemático usted haga zig, que yo haré zag de Michael Caine cuando en el ocaso de Comando en el Mar de China ha de atravesar junto con Cliff Robertson el inmenso maizal, con los japos apuntándoles al culo con toda su artillería pesada, que los separa de las tropas aliadas) lo filmó consumiéndose entre llamas al mismo tiempo que Kane/Hearst agonizaba y además se recreó en sus chispeantes cenizas, al modo de un rezo al estilo napoleónico desde el que parece escucharse: desde las más ardientes piras del deseo, 30 años de historia os contemplan. Y ante tan metafórica y conmovedora estampa, Kane exhaló su penúltimo suspiro: Rosebud. Ofendido y desprestigiado hasta el arrebato, la noche del estreno de Ciudadano Kane Hearst negoció la perversa presencia de un fotógrafo y una menor desnuda en la habitación de hotel que ocupaba Welles para cubrir de basura al cineasta, si bien alguien descubrió el pastel podrido a tiempo y dio la voz de alarma al director. Así se juega, se vive y se muere en la Hollywood league.

1. Marion Davies era tartamuda, hecho este que dificultaba aún más su carrera como actriz y la dejaba en la estacada con la llegada del sonoro. No es de extrañar que buscase la protección y el mecenazgo de un tipo tan poderoso como Hearst

martes, febrero 16, 2010

Languidece la vida

Languidece la vida rescatando
congojas del anzuelo del olvido,
evadiendo los impuestos del descuido
y hurgando en costales rotos, hurgando.
Como huye el preso de la fortaleza
se va la vida en horas de oficina
con sus alas llenas de gasolina
volando de los pies a la cabeza.
Y no reparamos en su estrategia
de retirada y huérfanos nos deja
de empresa y mientras va vaciando el plato
cual necios la piel se nos despelleja,
que puesta la corona en testa regia
dos piernas ha el ratón y tres el gato.

lunes, febrero 15, 2010

Gongorina erótica

En el cristal de tu divina mano
un diamante ingeniosamente
corra, que necesaria es su corriente
sabiendo que halla ya paso más llano.
Oro bruñido al sol relumbra en vano
no a mi ambición contrario tan luciente
dará flores, y vos gloriosamente
de rayos negros, serafín humano,
gracias os quiero dar sin cumplimiento.
Fiebre, pues, tantas veces repetida
la beldad desta Octava Maravilla
ciñendo el tronco, honrando el instrumento,
qué prudencia del polvo prevenida
que en mi rincón me espera una morcilla.



miércoles, febrero 10, 2010

La calentura del celuloide II: Entre las piernas

Sin titubeo, el más popular de los cruces de piernas que el cine nos ha legado es el de Sharon Stone en el rol de Catherine Tramell, aquella enigmática y ambigua escritora de novelas de misterio que, a las órdenes de Paul Verhoeven en Instinto básico, hizo saltar con alevosía las alarmas anti-incendio de la comisaría en que estaba siendo interrogada, sin pestañear ni mostrar el mínimo síntoma de balbuceo, sin siquiera prevenir a los presentes por si alguno padeciese del corazón o de la bragueta, quebrando albores envuelta en un blanco virginal de combate, al deslizar suavemente hacia el suelo la pierna que monta y montar con armoniosa cadencia la que apoyaba en el suelo, exhibiendo impúdicamente durante los breves instantes de la ejecución, que se han congelado y hecho eternos en la memoria más húmeda del cine, el alambique que destila la gelatina de su deseo, mitad caja de Pandora mitad aljaba de las venenosas flechas de Cupido.


Que yo he de preferir, por la elegancia del ágil movimiento en aquel maravilloso verde tecnicolor y por las piernas ligeras e infinitas que lo hicieron posible, otro cruce que se anticipó al anterior en cuatro décadas. Se trata de uno de los múltiples momentos antológicos de Cantando bajo la lluvia (Stanley Donen-Gene Kelly, 1952), cuando el conocido actor de la era muda del cine Don Lockwood (Gene Kelly) narra al productor en jefe de Monumental Pictures (Millard Mitchell) su revolucionaria idea para el número moderno del talkie musical The dancing cavalier: el protagonista llega a Nueva York dispuesto a triunfar bailando, con su maleta repleta de sueños y el lema Gotta dance (uno de los espectáculos musicales mejor filmados de la historia entera del cine) grabado a fuego en el corazón. Tras varias pruebas infructuosas y demasiadas puertas cerradas ante las narices, un agente que confía en su prometedor talento lo introduce en los ambientes sórdidos de un primoroso Broadway de cartón piedra con matices expresionistas. Allí está Lockwood/Kelly haciendo de la danza poesía y virtud cuando súbitamente, como por inopinado arte de birlibirloque, el vuelo de la cámara se detiene en una pierna descubierta y sin fin que se despliega en perfecto ángulo recto con el tronco, de la que pende el sombrero del bailarín. Lentamente el plano se abre para descubrinos a la chica del gánster, ingrávida Cyd Charisse, la de las piernas perfectas y largas como un delicioso infinito de carne que sentenciase Cabrera Infante, sentada sobre una silla roja, la pierna buscando ahora el cenit de la vertical y luego el cruce vertiginoso, estilizado, a tempo, instalado a perpetuidad en la memoria cinematográfica del siglo XX. El resto es pura magia de salón al ritmo del mejor cine musical americano.


viernes, febrero 05, 2010

Más cine, por favor


Donde el cerebro al ojo revalida
en el milagro de la persistencia
y huyendo de los trucos de la ciencia
los sueños se parecen a la vida.


miércoles, febrero 03, 2010

Guárdame

Guarda para mí la geometría
que empieza donde acaba tu cintura,
el viaje al centro de tu calentura,
la noche que claudica con el día,
guárdame el enredijo que te lía
a la polaridad de mi impostura,
la llave en curso de tu celda oscura,
la carne en que habita tu poesía,
guárdame los secretos de tu alcoba,
la suerte de la palma de tu mano,
la luz de tu penúltima sonrisa,
el eco formidable de tu trova
y un billete contigo para Urano
a la vuelta del vino de esta misa.


lunes, enero 25, 2010

Para Jean, R.I.P.

He apagado la luz de la farola
para inventar a ciegas tus pupilas,
he convocado al universo a filas,
he cargado con besos la pistola.

He dispuesto en tu boca las legiones
de flores en la noche más oscura,
he remontado al bies cada costura
de tu piel y he encallado en los jirones.

Y he envuelto tu nombre en seda fina
y he levantado altares del derribo
con tu busto enamorando al cincel
y he muerto contigo en cualquier esquina.

Anoche te esperé en cada adjetivo
que huía de la Musa hacia el papel.





viernes, enero 15, 2010

Brindis VI (Contigo)

Contigo brindo por cada
beso que atrapó mi boca
y por el beso que toca
tras el beso, que a mí nada
me dice más que tu beso
y ese capricho goloso
de tu sonrisa en reposo
fugitiva de su peso.
Contigo brindo a la espera
de un descuido de provecho
para robar la cartera
del hervidero en barbecho
que, al llegar la primavera,
son tus besos y es tu pecho.



miércoles, enero 13, 2010

Ayer

Cinexin, Montaplex, Juegos Reunidos,
las chapas, Tente, los sobres sorpresa,
Mazinger Z, los Sugus de fresa,
balones, coches teledirigidos,
la GAC, los Rotring, la guitarra,
Scalextric, canicas, escopetas,
Geypermanes, chicles de dos pesetas,
Clicks, vaqueros Comansi, mi pizarra,
la carta a los Reyes, magia Borrás,
el tren eléctrico, la diligencia,
los Don Miki, mi retrato con Pluto,
¿qué hacer si el viento hoy sopla para atrás?
Cuán veloz mata el tiempo a la inocencia
a cuarenta aventuras por minuto.



redes