lunes, diciembre 22, 2014

Magia a la luz de la luna

La magia está íntimamente emparentada con los orígenes del cine. Allá por 1896, cuando quiso comprar la patente del cinematógrafo a los Lumière, George Méliès dirigía el teatro de ilusionismo Robert Houdin de París. George Méliès fue el primer mago, el primer cineasta, el primero que convocó la fantasía [...] Méliès estaba preparado para su futuro al haber sido mago de salón, ilusionista y ventrílocuo, adelantándose a los actores que hablarían con una voz desplazada, afirmaba Guillermo Cabrera Infante en su disyuntivo Cine o sardina. No es la de Allen la primera película, ni será la última, que coloque el foco argumental sobre las tablas de la magia o de la adivinación como pretexto; sin embargo, con su Magia a la luz de la luna el director neoyorquino se aventura, haciendo filigranas en el aire, a dar ese paso de más que separa el mero homenaje del más ciego amor, en este caso por el cine y lo que este representa para él.

La acción del filme se sitúa en el último tramo de los locos años 20. Es la época de las primeras obras maestras que el cine nos brinda: el Amanecer de Murnau, El acorazado Potemkin de Eisenstein, El maquinista de la General de Keaton o La quimera del oro de Chaplin. Es también el tiempo en que arrancan las filmografías de Alfred Hitchcock (Easy virtueEl enemigo de las rubiasLa muchacha de Londres...) y de Leo McCarey, responsable de la dirección de los mejores cortos de Laurel y Hardy, y un poco más tarde de Sopa de ganso, posiblemente la mejor película de los Hermanos Marx.

Apunto todo lo anterior porque lo que yo veo mientras veo Magia a la luz de la luna es el resultado de una milimétrica deconstrucción de dos grandes éxitos del Hollywood clásico pasados por el inconfundible tamiz idiosincrásico de Woody Allen, convenientemente agitados y mezclados en las proporciones precisas.  

[Lo que sigue desvela contenidos fundamentales de la película, de modo que si no la has visto aún y tienes intención de hacerlo, quizá debieses abandonar en este punto la lectura de esta crónica]

Los paisajes recurrentes de la Costa Azul y los bailes de salón en los que el vals deviene frenético hot jazz, me transportan inmediatamente a esa comedia romántica (como la que nos trae) que protagonizan Cary Grant e Ingrid Bergman en Atrapa a un ladrón. Y, ¿acaso no es esta también la historia de la redención que el protagonista experimenta a través del amor, cuando es objeto de la trampa que la pequeña Danielle le tiende para hacer notar al mundo que puede ser tan grande como él en el arte del desvalijamiento? Curiosamente, un antagonismo bastante similar entre dos magos sirve para construir el leitmotiv de la película de Allen.

Pero si hay un referente que, como uno de esos ectoplasmas a los que artísticamente invoca Emma Stone, planea por mis entendederas a lo largo de casi todo el metraje, ese es Tú y yo, una obra maestra absoluta (prefiero la segunda versión, de nuevo con Cary Grant a la cabeza) y, en mi opinión, una de las mejores películas de la Historia del Cine -y no solo por contener el beso más sobresaliente jamás filmado-. Veamos: cuando Deborah Kerr y Cary Grant (o Irene Dunne y Charles Boyer, para quienes prefieran el filme de 1939) se conocen a borde de un lujoso transatlántico, ambos están comprometidos con personas acomodadizas y pudientes, lo cual no constituye un óbice para que acaben enamorándose (tal sucede con Colin Firth y Emma Stone en nuestro caso, ¿no es cierto?). De regreso a sus trajines cotidianos, a sus vidas ordinarias, como quien despierta cualquier mañana de un sueño feliz, disponen de seis meses (según ellos mismos acuerdan) para replantearse el rumbo de sus pasos y decidir si desean volver a verse en la última planta del Empire State Building (el lugar más cercano al cielo, quiero recordar que comentan en algún punto de la película, trasladado ahora por Woody Allen al mismísimo cielo, el cielo cristiano habitado por los espíritus con los que la médium se maneja), símbolo último de que habrían abandonado a sus respectivas parejas y apostado por una vida en común (¿acaso no es esa, también, la misión salvífica del observatorio astronómico en la película de Allen?). No obstante, un desafortunado accidente (Deborah Kerr es atropellada) impide a los amantes reencontrarse (¿no es el accidente de tráfico que sufre la tía Vanessa lo que acaba por impedir, a raíz de un cambio radical en la óptica del protagonista, que la pareja se entregue al amor sin más demora?). Aun así el amor acabará triunfando, como no podía ser de otra manera, pero lo hará ante la presencia de un testigo muy especial. Uno de los fragmentos más emotivos del filme de McCarey transcurre en Villafranche-sur-mer, en la Côte d'Azur francesa, donde reside la abuela de Cary Grant (portentosa Cathleen Nesbitt) a la que van a visitar durante una escala del crucero, y quien ejerce a la vez de catalizadora y testigo de una historia de pasión entre ambos que está a punto de florecer (¿en qué difiere esto de la secuencia final de la película de Allen, cambiando el chal de la abuela como elemento dramático por esos simpáticos toques del más allá, entre los que Woody se mueve como pez en el agua: uno SÍ y dos NO?)




jueves, diciembre 18, 2014

Ande la marimorena

I

Ya anuncian las panderetas
con sinfonía gozosa
la venida luminosa
del Niño Pablo, el Coletas.

Tres magos anacoretas
lo bautizan "Malacosa"
con extracto de lactosa
de cura huelebraguetas.

El yerno del soberano,
la LOMCE, la ley mordaza,
Catalonia è sempre Mas,
no te extrañe si a desmano
las campanas de la plaza
repican por Nicolás.

II

Un villancico hay que suena
extramuros de Cantora:
"Abajaba la pastora
por el monte hasta la trena".

Ande la marimorena,
rin rin, nos purgue la aurora,
que GastroBankia elabora
chorizos para la cena.

Y entre todo este barullo
de engañifas, tropelías
y capos entre barrotes,
la Nochevieja en el trullo
promete más alegrías
que en la tele la Pechotes.

domingo, diciembre 07, 2014

Más allá del horizonte

Más allá del horizonte, donde el sol tiene guarida,
al final del arco iris he despertado a la vida.
En largos atardeceres de desgobierno estelar,
más allá del horizonte no es una utopía amar.

El deseo me espolea,
no sé qué hacer, no hay consuelo,
contra el viento y la marea
me empadronaré en tu cielo.

Más allá del horizonte, en otoño o primavera,
el amor eternamente nos espera.

Más allá del horizonte, los confines rebasados,
al llegar la medianoche ya estaremos compinchados.
Corre el agua por el valle presumiendo de frescor,
más allá del horizonte alguien reza en tu favor.

Mi pobre corazón está palpitando
porque sintió de un ángel el beso,
mis recuerdos se van inundando
de mortal embeleso.

Más allá del horizonte, cuando el juego se termina,
cada paso que tú das mi trasunto lo camina.

Más allá del horizonte, los vientos nocturnos a compás
entonan una melodía de muchas lunas atrás
y las campanas de Santa María repican melosas,
más allá del horizonte te descubrí entre las cosas.

Todo es oscuro y sombrío,
he estado suplicando en vano,
estoy herido y vacío,
arrepentirse es humano.

Más allá del horizonte, donde ese mar traicionero,
se olvidó tu amor de iluminarme el sendero.

Más allá del horizonte, bajo cielos color grana,
no me canso de mirarte a la luz de la mañana.
Surcan mis ojos templos, reinos y países sin fin,
más allá del horizonte, del uno al otro confín.

En el momento decisivo
siempre hay alguien que te cuida,
siempre queda un buen motivo
para indultar una vida.

Más allá del horizonte el cielo es tan azulado...
Yo tengo más de una vida para vivirla a tu lado.


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