miércoles, febrero 10, 2010

La calentura del celuloide II: Entre las piernas

Sin titubeo, el más popular de los cruces de piernas que el cine nos ha legado es el de Sharon Stone en el rol de Catherine Tramell, aquella enigmática y ambigua escritora de novelas de misterio que, a las órdenes de Paul Verhoeven en Instinto básico, hizo saltar con alevosía las alarmas anti-incendio de la comisaría en que estaba siendo interrogada, sin pestañear ni mostrar el mínimo síntoma de balbuceo, sin siquiera prevenir a los presentes por si alguno padeciese del corazón o de la bragueta, quebrando albores envuelta en un blanco virginal de combate, al deslizar suavemente hacia el suelo la pierna que monta y montar con armoniosa cadencia la que apoyaba en el suelo, exhibiendo impúdicamente durante los breves instantes de la ejecución, que se han congelado y hecho eternos en la memoria más húmeda del cine, el alambique que destila la gelatina de su deseo, mitad caja de Pandora mitad aljaba de las venenosas flechas de Cupido.


Que yo he de preferir, por la elegancia del ágil movimiento en aquel maravilloso verde tecnicolor y por las piernas ligeras e infinitas que lo hicieron posible, otro cruce que se anticipó al anterior en cuatro décadas. Se trata de uno de los múltiples momentos antológicos de Cantando bajo la lluvia (Stanley Donen-Gene Kelly, 1952), cuando el conocido actor de la era muda del cine Don Lockwood (Gene Kelly) narra al productor en jefe de Monumental Pictures (Millard Mitchell) su revolucionaria idea para el número moderno del talkie musical The dancing cavalier: el protagonista llega a Nueva York dispuesto a triunfar bailando, con su maleta repleta de sueños y el lema Gotta dance (uno de los espectáculos musicales mejor filmados de la historia entera del cine) grabado a fuego en el corazón. Tras varias pruebas infructuosas y demasiadas puertas cerradas ante las narices, un agente que confía en su prometedor talento lo introduce en los ambientes sórdidos de un primoroso Broadway de cartón piedra con matices expresionistas. Allí está Lockwood/Kelly haciendo de la danza poesía y virtud cuando súbitamente, como por inopinado arte de birlibirloque, el vuelo de la cámara se detiene en una pierna descubierta y sin fin que se despliega en perfecto ángulo recto con el tronco, de la que pende el sombrero del bailarín. Lentamente el plano se abre para descubrinos a la chica del gánster, ingrávida Cyd Charisse, la de las piernas perfectas y largas como un delicioso infinito de carne que sentenciase Cabrera Infante, sentada sobre una silla roja, la pierna buscando ahora el cenit de la vertical y luego el cruce vertiginoso, estilizado, a tempo, instalado a perpetuidad en la memoria cinematográfica del siglo XX. El resto es pura magia de salón al ritmo del mejor cine musical americano.


No hay comentarios:

redes