miércoles, octubre 28, 2009

La calentura del celuloide I: El beso fugaz

Al principio era la Luz y la Luz estaba en Edison y la Luz era Edison. Y no estoy refiriéndome a la bombilla, hija primogénita del mago de Menlo Park, sino a su hermana de sangre la Luz del Cinematógrafo. Hablo de los últimos años del siglo XIX cuando, en pañales, el cine no era más que unos obreros saliendo de la fábrica en que trabajaban o un tren que producía la sensación de haber rebasado la pantalla para llegar a su estación de destino o un jardinero que por accidente instaura la comedia al regarse sin oficio ni beneficio. 28 de diciembre de 1895. Los Lumière organizan la primera exhibición pública de cine en el Salon Indien del Gran Café de París dando el pistoletazo de salida a una carrera cuyos protagonistas apenas han virado en la primera curva del circuito. Pura evasión. Entretenimiento a raudales. Cine para todas las filosofías, edades y doctrinas. Grover Cleveland presidía entonces la nación que vio cómo súbitamente sus sueños tomaban forma de juegos de luces y sombras accionados por el interruptor de la fantasía. Comenzaron a frecuentarse los programas de actos de las casas de vaudeville, más tarde vinieron los nickelodeones y en un plazo de escasos años comenzaron a proliferar por el mundo entero las salas de proyección. 21 de julio de 1896, apenas siete meses después del debut oficial del cine. Thomas Edison y William Heise sitúan a los actores de teatro May Irwin y John C. Rice frente a una cámara y simplemente les exhortan a besarse. ¿Simplemente? Primera vez que una pareja delinque mostrándose en pantalla en actitud sospechosamente cariñosa, vapuleando las estrictas convicciones morales de una sociedad en extremo puritana e hipócrita. El escándalo estaba servido para millones de comensales. El experimento dura escasos veinte segundos, los suficientes para hacer rechinar los dientes del espectador de la época que presenciaba cómo los rostros de May y John se iban acercando progresivamente hasta sellar ridículamente sus labios como habían hecho ya antes sobre los escenarios de Broadway en la escena final de la exitosa obra de John McNally "The widow Jones". El experimento es breve mas perdura en la retina y en el cerebro. Esto ya no eran obreros ociosos ni regadores regados ni pasajeros en la estación. Lo cierto es que algo que hoy nos parecería irrisorio hace más de cien años escandalizó a la opinión pública norteamericana, primer gancho de izquierda que propinaba a sus feligreses la máquina de las fantasías a un palmo. Intentemos hacer una reconstrucción esquemática de los hechos y un retrato robot de los infractores: "The kiss". Plano medio corto de la pareja de maduros protagonista, ninguno de ellos demasiado agraciado físicamente, ella a la izquierda y él a la derecha, ella ligeramente reclinada sobre él, él que aproxima su cabeza y comienza a besuquear la comisura de la boca de ella que escora por la mejilla izquierda, todo ello sin dejar de hablar (¿qué le dirá que tanto le divierte?), ella que le replica y lo escruta de reojo con insolente picardía, él que continúa besándola, ellos que ríen para que a nadie le quepa pensar que no están disfrutando alevosamente del momento, luego él que se retira haciendo algunos aspavientos con las manos, por dos veces se atusa el bigote y le estampa el beso final como haciendo caer sobre ella toda su artillería pesada. El plano medio corto del principio no ha cambiado con la acción. Fin. Veinte segundos que no consiguieron soportar la represión de la Era Victoriana pero sí el paso inexorable del tiempo, inaugurando mutatis mutandis la esclusa que condujo la nave del celuloide al reino de las miserias y las pasiones. Y la nave va.

1 comentario:

Anónimo dijo...

El primer beso siempre es especial y en el cine que es mágico en sí mismo no podía ser menos. Gracias por compartir con nosotros el análisis contextualizado del primogénito ósculo cinematográfico.

By Misly

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