miércoles, marzo 19, 2014

Anagrama


     Tal como yo lo imaginaba, un laboratorio farmacéutico debía ser algo parecido al gabinete clandestino de la lavandería de Breaking Bad, con todos esos armatostes siempre dispuestos para librar la guerra química, pero a lo bestia. Se me antojaba una de esas naves cuadrangulares de techo alto que, erigida entre concesionarios de automóviles y outlets de muebles de jardín, conforman la primera línea de batalla de algún polígono industrial situado en el extrarradio de la ciudad. Y, al frente de la mole de hormigón, avizora y luminosa, la serpiente afín al gremio atornillando con su sinuosa feminidad el cáliz contenedor del antídoto. Lo que a su vez quería significar que, si el empresario decidiese cualquier día reorientar el negocio de los medicamentos hacia los andurriales del lenocinio, bastaría solamente con reorganizar las letras que configuraban el nombre de la marca sobre el frontispicio, BOLDICH PONCE S. A., para convocar a la machada bajo el reclamo alternativo incluso puede que sugerente de más; artístico, en todo caso de BICHAS DEL COPÓN. Anagrama, creo que lo llaman los que saben qué es un anagrama.


  

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