lunes, noviembre 18, 2013

La calentura del celuloide XIII: ¡Ring! ¡Ring!


Un lipstick rueda de súbito por el piso hasta detenerse junto al asiento que ocupa Frank (John Garfield) en el comedor del restaurante de carretera donde acaba de ser empleado. Cuando el forastero alza pausadamente la mirada para dirigirla del objeto en cuestión hacia los labios de origen encuentra, por este orden y a favor de un lascivo vértigo ascendente, unos zapatos blancos de tacón semiabiertos a los que siguen unas piernas que bien parecen no tener principio (o fin) de no ser por la inoportuna visión de los shorts que rematan el vestido de una pieza, también en blanco exultante, que envuelve la presencia fatal de Cora (Lana Turner), la mujer del jefe. Nunca una presentación de la vamp en el cine negro, excluyendo la de Barbara Stanwyck en Perdición, ha estado tan cargada de fuerza erótica y simbolismo dramático como en esta adaptación de la novela El cartero siempre llama dos veces (Tay Garnett, 1946) de James Cain. Esa barra de labios que Frank recoge del piso y entrega, ya rendido, a Cora es la aceptación implícita y el sello oficial de un destino poco halagüeño que, cualquiera que fuese el precio a pagar, lo compromete a la satisfacción sexual de su futura compañera de viaje y todo lo que ello conllevará.

En 1981 Bob Rafelson dirigió la hasta ahora última adaptación de la novela de Cain con guion de David Mamet, quien incorporó a la historia importantes dosis de erotismo explícito y genitalidad. Los personajes de Frank y Cora fueron desarrollados brillantemente por Jack Nicholson y Jessica Lange, despojándolos de aquel tufo a glamour clásico que irradiaban sus predecesores, fundamentalmente Lana Turner en su pomposa recreación de Cora Smith, y rebozándolos en harina, vuelta y vuelta, antes de dejarlos arder en la sartén de la promiscuidad.


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